Getting your Trinity Audio player ready...
|
El año pasado se cumplieron 110 años del nacimiento de Gastón Baquero (4 de mayo de 1914) y este se cumplieron 28 de su muerte (15 de mayo, 1997). En el mes de mayo, la primavera, vino a este mundo y se despidió de él uno de los grandes poetas de nuestro país.
Existe mucha información sobre Gastón y su obra, solo mencionaré algunos datos.
Gastón y su hermana Hilda, jimaguas, nacieron en Banes, en una familia sin muchos recursos. Su padre era el telegrafista del pueblo pero el dinero no les alcanzaba y Gastón no pudo asistir a la escuela porque tenía que vender los dulces caseros que preparaba su madre. También vendía periódicos. Fue su tía quien le enseñó a leer y a escribir.
Años más tarde, su padre se trasladó a La Habana donde, con 13 años, pudo entrar a una escuela y estudiar. Matriculó Ingeniería Agrónoma en 1929 (carrera de la que se graduó con muy buenas notas); pero en 1930 la dictadura de Machado cerró la Universidad de La Habana y Gastón aprovechó los tres años que duró el cierre para leer mucho. Ya su vocación estaba más que definida: quería ser escritor.
Fue por esa época que conoció a Lezama, y a Cintio Vitier (que era mucho más joven) y comenzó a publicar sus versos en revistas como Espuela de Plata, dirigida por Lezama, Clavileño, dirigida por él y Cintio y en muchas otras. Alrededor de 1943 le ofrecieron trabajo en el periódico Información y, años después, en el derechista Diario de la Marina, donde llegó a ser Jefe de Redacción hasta 1959.
Sus amigos del Grupo Orígenes y otros escritores le criticaron mucho que aceptara trabajar como periodista pues, al hacerlo, abandonó por completo la poesía. Había publicado dos libros de versos, pero el periodismo ocupaba todo su tiempo.
Se dedicó a escribir ensayos y notas culturales sobre escritores cubanos y extranjeros, y su periodismo es considerado uno de los mejores de Cuba. Su cultura era enorme; su prosa, excelente.
En 1959 abandonó el país y se radicó en Madrid. Nunca más regresó. Mis padres [Eliseo Diego y Bella García Marruz], mis tíos Cintio y Fina, Lezama, se mantuvieron en contacto con él durante un tiempo; pero los absurdos laberintos de la política lograron que fueran distanciándose un poco. Sin embargo, el amor y la inmensa admiración que sentían por él se mantuvieron intactos y no hubo un día en que no lo extrañaran.
Lamentablemente, en Cuba se dejó de hablar de él, desapareció de librerías y de antologías. Pero la juventud todo lo puede y los jóvenes cubanos lo conocían, lo leyeron con avidez, lo admiraban. Ya a finales de los 80 algunos lograron verlo en viajes a Madrid (Gastón se mantuvo bastante reservado y recibía a muy pocas personas) y comenzó a mencionarse, muy tímidamente, en algunas publicaciones nacionales. A él le halagó mucho ese reconocimiento de los jóvenes cubanos y concedió algunas entrevistas.
Con motivo de su centenario se publicaron en Ediciones La Luz, de Holguín, dos tomos con textos de Gastón. Uno, su poesía completa, Como un cirio dulcemente encendido, con compilación y presentación de Pío E. Serrano y epílogo de Manuel García Verdecia. Y otro de ensayos, Una señal menuda sobre el pecho del astro, que incluye sus notas periodísticas, con selección, prólogo y cronología de Remigio Ricardo Pavón. Y Ediciones Unión publicó Páginas dispersas, una muestra de su prosa con introducción y selección de Carlos Espinosa. Son libros imprescindibles para conocer a este grande de la literatura cubana del siglo XX.
Incluyo a continuación dos textos de Gastón sobre mi padre que no aparecen en estos tomos, y uno mío, sobre el reencuentro que tuvieron en Madrid y que fue, realmente, muy emocionante, como pequeño homenaje a las recientemente pasadas fechas de su nacimiento y muerte.
Divertimentos
Por Gastón Baquero1
Este es el segundo libro publicado por el joven escritor Eliseo Diego. Su libro anterior, En las oscuras manos del olvido, sirvió para presentar uno de los prosistas más finos e imaginativos con que ha contado Cuba. La superior calidad literaria, la exquisita imaginación, el poder poético volcado en dibujos altamente evocadores, todo el bello repertorio que permite a Eliseo Diego moverse en el mundo de la narración con seguridad propia de un maestro, vuelve a hacer su aparición en Divertimentos.
Este es un libro que se coloca bajo un fragmento del Libro de Patronio, declarando así su voluntad de ser libro de imaginación, de apólogos, de evocaciones. Relatos breves, que pertenecen al género del “poema en prosa” antes que al género del cuento, salen como trabajados por una mano de dibujante, de hombre paciente que va recogiendo en la deleitosa paciencia de las líneas la huella que ha dejado en él un miraje, una escena llena de luz o llena de sombra, llena de color o llena de ensueño, contemplada larga y amorosamente. Una prosa exquisita, nada tropical, nada “abundosa”, sino nacida del castigo mejor, del que regala a un escritor del clima nuestro la presencia cotidiana de escritores nacidos en climas que no tienen prisa por gritar ni hambre de tribuna. Se piensa ante un libro así, en Aloysius Bertrand; se piensa en el prodigio de Marcel Schwob en Vidas Imaginarias; se piensa en esa rara imaginación, rigurosamente moderna (en el único sentido noble de esta palabra), que conduce a los artistas a concebir la realidad, la que incluye a las estrellas y a los clavos viejos, la que cuenta con el misterio de la Esfinge y con el balido de un ternero. No se dirige la creación de Eliseo Diego a inventar, sino a descubrir el interior, tierno, mágico de los objetos, de las personas, del contorno. Haber llegado a descubrir que debajo de un tintero olvidado puede residir un pueblo de maravillas. Hay una imaginación “imaginativa” y una imaginación “descubridora”. La una, tipificada por Lord Dunsany, sirve para inventar cosas, para contar, en el sentido tradicional del vocablo; la otra, la imaginación descubridora, sirve para descubrir los mundos, las dimensiones ocultas, las riquezas de ironía, de vida, de significado, que puede contener un ser anónimo, un tapiz empolvado, un personaje histórico. Aquí está la maestría sencilla, artesanal, paciente, de Eliseo Diego: ver, y mejor, tras-ver, el alma de las cosas, el movimiento maravilloso que tienen las cosas, todas las cosas del universo, así como la situación de ironía, de conflicto, de milagrería, que con frecuencia palpita en una sombra o en un personaje.
No es posible, en un libro como éste, señalarle al lector las mejores páginas, ni el instante feliz por excelencia. Este libro está trabajado de punta a punta, como un diamante. Un estilo sostenido, siempre de música íntima, de prosa que no quiere ser sino vehículo de encantamiento, pone su sello en cada página, desde el título hasta el punto final. Parece el libro de un maestro, o de un escritor que comienza ahora a escribir, pero poseyendo ya la destreza, la habilidad literaria, la recta puntería de alguien que se ha familiarizado con los mejores prosistas que son afines a su tipo de imaginación y de vocación. Divertimentos es un libro que pertenece, hasta por el silencio que le hacen los “críticos”, y los lectores, a la más alta reserva de creación, de espíritu, de esfuerzo con que Cuba podrá responder en el mañana a quienes la vean, por el período que hoy vive, como tierra desnuda de artistas, de hombres disciplinados y rigurosos. Un libro especial y distinto; fino sin blandura; tierno sin sensiblería; literario sin mixtificación; acabado sin rigidez. Se leerá por mucho tiempo en Cuba. Merece el silencio de hoy; merece el refugio que le prestan contados espíritus de lectores que sienten todavía la creación literaria como una forma insuperable de comunicar a los hombres la riqueza, la altura, la pasión de un espíritu enamorado delundo y sus maravillas.
El reencuentro de Eliseo y Gastón2
Siempre me gustó su nombre, tenía una sonoridad especial. Mis padres y mis tíos lo mencionaban constantemente, hablaban de él, lo extrañaban. Cuando llegaban sus cartas, se las leían por teléfono. Su ilusión mayor era que algún viajero amigo, procedente de Madrid, lo hubiera visto y les contara de él. Pero no llegaban noticias, cada vez eran menos las cartas. Yo era una niña, y no podía entender por qué no regresaba y por qué mis padres tenían que vivir con la tristeza enorme de no volverlo a ver.
Pasaron más de treinta años. En noviembre de 1992 papá fue invitado por la Residencia de Estudiantes de Madrid a ofrecer una lectura de poemas. Esa noche, los organizadores del evento me comunicaron, muy confidencialmente que, quizá, vendría Gastón, pero no le dije nada a papá para no ilusionarlo. Después de la lectura de poemas papá respondió varias preguntas. Hablando sobre literatura dijo que Gastón Baquero era el poeta cubano más grande de este siglo y que era una vergüenza que no se le hubiera incluido en el Diccionario de la Literatura Cubana publicado en nuestro país. Gastón no asistió.
Al otro día, por la tarde, habían programado un homenaje a la escritora Dulce María Loynaz, pero yo tenía que realizar las compras impostergables que todo cubano que vive en la isla debe hacer cuando sale de viaje y llegué tarde. Al asomarme al salón, me horroricé. Justo en ese instante Gastón se levantaba con la intención, evidente, de marcharse. Papá estaba en el lado opuesto. Hace más de quince años que padezco de una artritis reumatoide que me tiene tomados los dos tobillos y con la caminata estaba más coja que de costumbre. Papá, también, tenía dificultades para caminar. Espantada, pensé que no me daría tiempo de llegar hasta él. Todavía no sé cómo lo logré. Jadeante, le dije:
—Papá, ¿viste a Gastón?
—¿Gastón? —me preguntó.
—¡Gastón Baquero! —le grité nerviosa.
—¿Gastón está aquí?
—¡Sí, y se va! ¿No quieres saludarlo?
—¡Por supuesto! ¡Vamos!
Gastón iba llegando a la puerta. Corrí, muerta de pena y desesperación, entre los asistentes al homenaje que no entendían nada de lo que estaba ocurriendo. Sentía el bastón de papá golpeando con buen ritmo en el piso y eso me tranquilizaba. Lo alcancé en el momento en que se ponía su sombrero.
—¿Usted es Gastón Baquero, verdad?
—Sí.
—Yo soy Fefé, la hija de Bella y Eliseo. Papá está aquí y lo quiere saludar.
—No puedo —me contestó—. Tengo que ir al médico y el taxi me está esperando.
Por un momento pensé que todo había terminado y que el encuentro tantas veces soñado por mis padres no se realizaría.
—Pero Gastón —insistí— ¡papá ya viene, usted tiene que esperarlo! En mi casa todos los días hablan de usted, ¡no se vaya!
—Me espera el taxi —repetía. Pero había algo extraño en su mirada, una tristeza que parecía venir de muy lejos, que me dio nuevos impulsos.
—Hace poco fue el cumpleaños de Cintio, y puso en su sala las fotos de los amigos que no estaban, Lezama, Julián, Octavio. Y había una suya, muy linda.
En eso llegó papá. Se le abrazó como pudo, y empezó a llorar. “No te emociones así, Eliseo”, le dijo Gastón. Y después, con un brillo juguetón en los ojos, añadió, “supe que hablaste anoche de mí”.
Y se sentaron a conversar.
Hablaron de “Doña Bella”, de Agustín, de Cintio, de Fina, de poesía. Quise tomarles una foto pero Gastón no me dejó porque, según él, los viejos como ellos no debían retratarse. Entonces, con la picardía de un niño, me dijo: “Y la foto que tiene Cintio, ¿es la de Berenstein?”. “Sí”, le respondí. “¿En la que parezco un príncipe africano?”, preguntó, mirando a papá, muerto de la risa.
La despedida fue alegre porque, seguro, se volverían a ver. Papá y yo subimos a la habitación y, casi entrando por la puerta, nos avisaron de la recepción que había llegado una persona con un sobre para nosotros. Era el taxista con un libro de poemas de Gastón dedicado a “toda la pandilla” y que terminaba casi con un ruego: “Quiéranme como yo los quiero”.
Papá rompió en sollozos. “¿Por qué lloras?”, le pregunté. “Lloro por mí, por Bella, por nuestra juventud, por tantos años”. Nunca ante —ni después— lo vi llorar así.

El artífice sin artificio3
Por Gastón Baquero
Si de alguien pudo decirse que era el Poeta, el Fabulador primero, ese alguien era Eliseo Diego. Y reconocerle esa condición de Primero en una tierra tan rica de poetas, es decir de un golpe lo que Eliseo Diego dio a lo largo de su vida a cuantos le leía, a cuantos le trataban, le conocían por lo escrito. La poesía y la poetización de las cosas del mundo le salían espontáneamente, como la respiración y como la mirada. Era capaz de transformar en poesía cuanto tocaba, como un Rey Midas silencioso, sereno y humilde. ‘Voy a nombrar las cosas’ es el título de uno de sus poemas juveniles. Allí decía: ‘Voy a nombrar las cosas / los sonoros altos que ven el festejar del viento / los portales profundos, las mamparas / cerradas a la sombra y al silencio’. Nombrar las cosas es el oficio del poeta. Dar nombre es engendrar y parir letra a letra el universo que el poeta descubre en torno suyo con el anteojo del alma. El universo comunicado al poeta, su reino, su mundo dentro y fuera del mundo de Dios y de los otros. Es regar ese hallazgo cotidiano de diamantes o de guijarros, vistiendo cada cosa con el traje humildoso del poema, es la tarea, es el destino del auténtico poeta, un ser ‘que no se queda con nada’, que lo destila todo sobre la piel de la tierra y la piel de los hombres. Eliseo Diego era ―me duele emplear esta palabra terrible: era― el Poeta, el alfarero, el artífice sin artificio. Deambulaba por el mundo de lo fantástico con la naturalidad de un Fantasma Iniciado, poseedor de la luz. De la casa, de la ventana, del jardín, de un recuerdo familiar, de las cosas y personas más humildes. Hacía presencias aureoladas del misterioso halo que un Henry James, un Ambrose Bierce, Rilke, plantaban materialmente en sus Figuras. Volver corpóreos los sueños, trabajo de Merlín, ser hortelano en el jardín de los espejos de la luna. Es ser fuente de felicidad para el prójimo más que para sí mismo. Esto hizo, esto hacía Eliseo Diego. ¡Bendito sea!
Releo, como una oración, versos de su poema ‘Testamento’: ‘Habiendo llegado el tiempo en que / la penumbra ya no me consuela más / y me apocan los presagios pequeños… No poseyendo más entre cielo y tierra / que mi memoria, que este tiempo: / decido hacer mi testamento. / Es este: les dejo el tiempo, todo el tiempo’.
Ahí quedan sus libros, nuestros libros. Son una gloriosa exploración del mundo y del trasmundo. Pienso en Bella, clara y sencilla como un poema de Eliseo.
-
Aparece firmado con un seudónimo, “Abundio de Mendoza”. Sección: Libros cubanos, Diario de la Marina, domingo 13 de octubre de 1946.
-
Publicado en la revista Encuentro de la cultura cubana, 1996-1997, No.3. Y en la revista Vivarium No. 15, mayo, 1997.
- Publicado en el periódico ABC, Madrid, jueves 3 de marzo de 1994.